Hace unos días charlaba con algunos colegiales a la puerta del Colegio. Era tarde. Después de la cena. De repente se presentó un compañero, uno de primero. Venía de correr. Alguno le comentó que era un poco tarde. Su respuesta nos sorprendió: “Es que me he perdido.” Y se lanzo a contarnos que había intentado repetir el itinerario hecho días atrás con un grupo de compañeros capitaneados por Diego Catalán. Al principio todo había ido sin problemas. Reconocía los sitios por donde pasaba. Pero, cuando salió del parque de la Dehesa de la Villa, comenzó a no tener las ideas tan claras.
De golpe, se encontró ante la calle Bravo Murillo. ¿Qué hacer? No estaba seguro si tenía que ir a la derecha o a la izquierda. Así que preguntó a un señor que pasaba. “Me puede decir donde estoy?” (sic) El señor le podía haber respondido simplemente algo así como “Aquí” pero fue atento y le explicó que si quería ir a la Ciudad Universitaria debería ir a la derecha hasta llegar a Cuatro Caminos para allí torcer de nuevo a la derecha. Nuestro colegial volvió a sentirse seguro y a correr.
Pero no debía estar la cosa tan clara porque al llegar a Cuatro Caminos no tuvo claro qué calle debía coger. Volvió la inseguridad. Y volvió a preguntar. Esta vez a una señora que, con acento latinoamericano le dijo: “¡Ay, mi amor! Te has pasado de calle.” Y le indicó que tenía que volver atrás y tomar recto la avenida de la Reina Victoria.
Nos reímos todos cuando nos lo contó. Se había perdido por Madrid. No encontraba el camino para volver al Colegio. No le bastó con preguntar una vez. Al final llegó pero tuvo que pasar por esa desagradable sensación de “estar perdido”, de “no saber”.
Me hizo pensar en los colegiales de primero. La mayoría llevan ya un mes en el Colegio. La mayoría ya no se pierden por las calles. Pero todavía están habituándose a un nuevo estilo de vida: el Colegio, los compañeros, los estudios, una diferente relación con sus padres, la libertad de que disponen. Son muchos cambios de golpe. Algunos, probablemente muchos, se sienten “perdidos”, no saben por donde les da el aire. Pero, a diferencia del colegial de la historia, no se atreven a preguntar a quien les puede orientar. Siguen adelante sin saber si van o no por el buen camino mientras que siguen recibiendo presiones y llamadas de sus padres, de los amigos, de la dirección, de los profesores... Entre tantas voces no saben distinguir cuáles son las “buenas”, las que vale la pena escuchar.
Pensé también en el resto de los colegiales. Ya no se pierden por Madrid. Están acostumbrados a su nueva vida. Pero eso no quiere decir que estén orientados. Tienen un futuro complicado. Algunos prefieren preocuparse de lo inmediato dejando de lado lo verdaderamente importante. Unos siguen sin atreverse a preguntar. Otros dan por supuesto que ya lo saben todo.
Quizá todos deberían aprender de ese colegial de primer año que se perdió y que no tuvo reparos en preguntar y pedir ayuda. Terminó, por cierto, encontrando el camino.
Fernando Torres Pérez cmf