Ayer fue el Día de Europa. No lo celebramos mucho porque parece que no están los tiempos para muchas festividades. Los mercados financieros andaban agitados y no se sabe si la agitación va a devenir en galerna o se va a quedar en una suave brisa.
Lo cierto es que, si echamos la mirada atrás, a la historia de este continente, veremos que la Unión Europea ha sido el fruto de la voluntad política de unir y pacificar a los que estaban desunidos y en guerra durante muchos siglos. Gracias al sueño de aquellos políticos europeos de los años 50 (alemanes, franceses, italianos, ingleses...) se levanto una relación de confianza entre los países europeos. El objetivo claro era evitar nuevas guerras como, como las dos primeras guerras mundiales, convirtiesen Europa en un campo de sangre y de odio.
La idea ha funcionado durante años. Se han ido creando unas relaciones cada vez más fuertes entre los diversos países, cada uno con su cultura y lengua propios, que conforman Europa. Y hemos llegado a la unión monetaria. Se ha construido una realidad común: Europa. Se ha hecho de abajo arriba. Se ha conseguido con mucho esfuerzo, mucha buena voluntad y una enorme capacidad de negociar. Los grandes han apoyado a los pequeños, los ricos a los pobres para que nadie se quedase descolgado. Porque en Europa, como en todo en la vida, no hay más remedio que caminar al paso del más débil si es que se quiere caminar juntos.
Hoy, la crisis financiera está ahí. Surgen voces de los que piden que algún país se descuelgue del proyecto. Parece que cada uno intenta mirar exclusivamente a su propio interés, a su propia salvación. Es una verdadera crisis. Y parece que nuestros políticos se están olvidando de que la única forma de salir de ella no es rompiendo Europa sino con más Europa, haciendo más unión, más fuerza juntos, coordinando más las políticas económicas, financieras y fiscales de todos los países. Sin que nadie se quede atrás. Sin excluir a nadie.
También en el Mayor, cuando hay momentos de crisis, algunos sienten la tentación de excluir, de buscar un chivo expiatorio, de encontrar un culpable en quien cargar las culpas. No es esa la solución. Como en Europa, la solución está en hacer más Colegio, en restablecer las relaciones rotas, en suscitar una verdadera voluntad de caminar juntos, de no dejar a nadie atrás, en echarnos una mano unos a otros. Lo otro es mirar cada uno por su propia salvación, es el sálvese quien pueda. Lo otro no tiene nada que ver con lo que debe ser un Colegio Mayor.