Ha empezado un goteo de colegiales que poco a poco van abandonando el Colegio. Unos no volverán hasta septiembre. Otros tendrán que venir por aquí dentro de diez o quince días para presentarse a los exámenes de septiembre –es uno de los misterios del plan Bolonia que ha transmutado septiembre en junio–. Unos pasan por mi despacho a despedirse. Otros tienen suficiente con despedirse de sus compañeros. Muchos padres pasan a recoger a sus hijos. Unos pasan por mi despacho a saludar y despedirse. Otros recogen las cosas de su hijo y se van directamente rumbo al descanso veraniego.
Son, como se puede ver, diversas actitudes y formas. Todas son como tests proyectivos. Todas expresan de una manera o de otra la integración del chico, y de la familia, con el Colegio, con su proyecto educativo. Para entendernos y aunque no siempre sea así, están los que son capaces de establecer una relación personal, de educación, y los que entienden el Colegio como una residencia o un hotel. Y está claro que en un hotel no hay razón para despedirse del director del hotel en el momento de la partida.
Pero un Mayor es algo diferente. Todos los que vivimos en un Colegio Mayor formamos parte de la comunidad colegial. Cada uno tiene sus funciones. Desde las señoras que limpian los cuartos hasta el personal de portería. Desde los colegiales hasta los que trabajamos en el equipo de dirección. Por eso, el saludo y la despedida tienen un sentido especial. No se trata sólo de “despedirse del Director” –con el intento expreso de ganar puntidos– sino de reconocer que todos estamos en la misma barca, que a todos nos une el mismo interés educativo y que todos colaboramos en el mismo fin.
Y, dicho esto, también quiero decir que algunas de esas despedidas son especialmente gratas. Cuando un colegial llega a mi despacho para decir adiós y me dice de paso que lo ha aprobado todo o prácticamente todo, me llevo una de las mejores alegrías del año. Le veo en la cara su propia satisfacción. Lo de aprobar todo en la universidad no es fruto de la suerte ni de la mucha inteligencia. Es sobre todo fruto del trabajo constante y disciplinado. Por eso, desde aquí, mi más cordial enhorabuena.
Si además se ha encontrado bien en el Colegio, si ha participado en las diversas actividades, si ha hecho de Madrid su ciudad más allá de la discoteca y la facultad, si ha ampliado sus horizontes culturales y, sobre todo, se ha hecho más maduro y más responsable, entonces es que ha hecho un buen año. Y lo único que nos queda es decirle “enhorabuena” y “hasta el año que viene”.