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Libres para decidir

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Hace pocos días ha venido a hablar conmigo un antiguo colegial. Un colegial de los buenos, de los que, cuando están en el Colegio, participan en las actividades, son buenos compañeros y tantas otras cosas buenas. Como tantos pasó por algún momento difícil en su relación con los estudios, se dejó llevar un poco por los cantos de sirena, pero el sentido común le ayudó a situarse y a centrarse. Ya está a punto de finalizar su carrera y la pregunta por mi parte era inevitable: ¿qué vas a hacer cuando termines? Hasta cierto punto no me extrañó su respuesta: “No lo sé”.

Es que es algo que venimos viendo en los últimos años. Los jóvenes terminan bachillerato y con muchas dificultades se deciden por una carrera concreta. A veces las dudas se plantean el primer o segundo año. A veces, llega el final de la carrera y tampoco se sabe muy bien para qué se hizo esa carrera en concreto. También es verdad que hay que ser realista y reconocer que esas dudas están generalmente en relación directa con las dificultades encontradas en los estudios o con la incapacidad para dar el salto cualitativo en el nivel de trabajo y de esfuerzo que exige la universidad. Pero esas dificultades no se explican sólo por eso.

Hay posiblemente otra razón. Es que nuestros jóvenes son demasiado jóvenes. Y no se han sentado a pensar seriamente que quieren hacer con su vida. Todo ha sido un seguir el camino rodado. Los padres les mandan al colegio, les presionan para que saquen buenas notas. Al terminar esa etapa, ¿cómo no van a ir a la universidad? Eso no se discute. Allí hay que hacer algo. A veces es la misma carrera de alguno de los padres. A veces es algo que ilusiona aunque no se conozca muy bien su contenido. Más de uno de los que comenzaron a estudiar informática se sintieron muy desanimados al comprobar que en los dos primeros años casi no era necesario tocar un ordenador y que el tiempo se les iba en estudiar matemáticas o otras cosas igual de áridas. Ellos habían pensado que les iban a enseñar a programar juegos o a instalar programas. Viene el desánimo. Y el no saber qué hacer.

Repito que el problema está en que no se les ha dado la oportunidad seria de pensar y reflexionar en su vida. Tienen una cierta incapacidad para el silencio y la reflexión. Y no se dan cuenta de que se están jugando el futuro en estos años, que sus decisiones de ahora, acertadas o equivocadas, van influir definitivamente en su futuro. ¿No sería bueno hacer un alto en el camino y parar a pensar? ¿No sería bueno dejar de lado por un momento el ruido de los amigos, de las presiones familiares, de la necesidad de tener éxito y detenerse a meditar en su propia vida y lo que desean de verdad? No se pueden pasar los mejores años de la vida en la indecisión, sin un norte claro. Porque entonces será el ambiente el que les lleve y les traiga. Sin ser de verdad libres. ¡Una pena!

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