Hace unos días tuve la oportunidad de ver una película interesante: “Diarios de motocicleta”. Cuenta la historia de un viaje que hicieron dos amigos a través de América Latina en los años 50. Salieron de su ciudad, Buenos Aires. El proyecto era llegar a Venezuela pasando por Chile, Perú, Ecuador y Colombia. Comenzaron con una moto y terminaron como pudieron.
A lo largo del viaje se van encontrando con la realidad de la Latinoamérica de aquellos años. Desde su perspectiva de clase media alta bonaerense, los protagonistas se van dejando atrapar por la realidad de pobreza e injusticia en que tantos y tantos a lo largo del continente vivían atrapados.
No fue el suyo un viaje turístico. Conocieron ciertamente muchos lugares, hicieron fotos y se cargaron de recuerdos. Pero, sobre todo, se dejaron cambiar y transformar por la realidad que vieron, se acercaron a las personas, hablaron con ellas, sintieron sus dolores y rieron con sus alegrías.
Al volver ya no eran los mismos. Toda aquella realidad les había transformado en personas nuevas. Inevitablemente no podían mirar su barrio, ni siquiera su familia, de la misma manera. Habían crecido y madurado como personas. Se sentían más solidarios con una realidad que, por su condición social, les había resultado ajena.
Me gustaría que estos años en el Colegio Mayor se parecieran de algún modo a ese viaje de aquellos amigos por América Latina. Que los años de estancia en el Mayor fuesen una oportunidad para salir de casa, de lo familiar y seguro, y abrir los ojos a otra realidad diferente, para dejarse afectar por ella, para crecer y madurar como personas, para sentirse miembros activos de la sociedad, solidarios con aquellos a los que les ha tocado la peor parte.
Todo eso, dicho sea como conclusión, tiene muy poco que ver con el estilo de vida de algunos colegiales. Pero eso será tema para otro día.