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Recluidos pero no aislados.Tiempo de nuevas posibilidades

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Desde que el pasado 9 de marzo se decretó el cierre de las universidades en Madrid, apenas han pasado dos semanas y media, pero han sido días tan intensos, sorprendentes e inciertos que las emociones se han ido acumulando. Es sorprendente como un invisible y miserable virus haya podido alterar por completo la vida de un grupo de personas tan vital y saludable como el que formamos este Colegio Mayor. Todos hemos tenido que ir, día a día, reseteando nuestras expectativas, nuestros quehaceres, nuestra actividad hasta llegar, poco a poco, a la convicción de que nuestros planes y proyectos más inmediatos se iban desvaneciendo como una torre de naipes. De repente todos nos hemos encontrado sumergidos en un territorio nuevo y desconocido. Los colegiales fueron abandonando en un par de días el colegio, escapando de este Madrid fuertemente castigado por el virus. Hubo que reorganizar del mejor modo posible el personal del Colegio Mayor para no poner en riesgo su salud y para salir al paso de su inseguridad laboral. Ha habido que reinventar el modo de hacer entrevistas y de, aún estando lejos, sentirnos parte de un barco castigado por una amenazante tormenta, el barco que sigue gritando: ¡Duc in altum!

A estas alturas, todos hemos recibido ya tantos mensajes de diverso tipo que, desde este despacho que es mi particular zona de aislamiento en estos días, no es fácil dirigiros una palabra de esperanza, no escuchada, que os resulte novedosa. El Covid-19 ha puesto en jaque la vida colegial, las actividades que teníamos programadas, la vida universitaria en toda su riqueza, pero no puede apagar todas nuestras potencialidades y posibilidades y volvernos más individualistas de lo que en ocasiones, sin darnos cuenta, somos. Alguno puede cantar, con lamento, como lo hacía Joaquín Sabina hace más de 30 años: “¿quién me ha robado el mes de abril?” … y el de marzo y el de mayo, el final de mi último año en el colegio con toda la ilusión que yo tenía. “¿Cómo puede sucederme a mí?” Este lamento se borra si pensamos en los cadáveres apilados en el Palacio de hielo de nuestra capital, esperando a ser incinerados y que han muerto en solitario sin la compañía de sus seres queridos o en el abnegado personal sanitario y de seguridad que por ayudar a otros contraen el virus y ponen en riesgo su salud. La vida es una muerte derrotada; la alegría es una tristeza vencida y ahora, incluso en estos días grises, podemos brindar por la vida y la alegría.

Encerrados en nuestras casas, podemos abrir ventanas de cercanía, de solidaridad, de responsabilidad, de servicio. Estamos recluidos, pero no aislados y, aunque no sepamos cómo ni cuándo volveremos a encontrarnos, seguimos siendo “Jaimitos”. Muchos sois expertos en tecnología de la comunicación y, aunque no sea posible el contacto físico, podemos sentir cerca a quien lo está pasando mal, quien se siente solo, quien tiene dificultades para entender las  clases on line, quien no tiene quien le haga lo básico para seguir viviendo. Es tiempo para la solidaridad y crecer como seres humanos. ¡Ojalá la crisis del Covid-19 despierte en nosotros el sentido de hermandad colegial, de compromiso ciudadano y de esta forma superemos el individualismo cultural que a veces nos acaba dominando|

En este tiempo convulso en el que nos hemos visto inmersos sin esperarlo, hay muchas posibilidades (visitas virtuales, clases de yoga, gimnasia, series televisivas, juegos on line, lecturas recomendadas, actos simbólicos en las ventanas, cadenas de oración, diálogos entrañables por móvil, etc.). La creatividad no tiene límites. Con nuestra responsabilidad y solidaridad, confiemos en que pronto superemos esta situación. Todo saldrá bien.

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