Con ocasión de la celebración de los cincuenta años del colegio, se han encontrado un grupo de antiguos colegiales de la primera promoción. Desde fuera, sin conocerlos, parecía una pandilla de jóvenes amigos entusiastas con sus motes, sus diferentes modos de ser, sus bromas, su buen humor y su gran cariño. Ni el paso de los años, ni las vicisitudes de la vida han conseguido romper esos lazos que forjaron durante su estancia en el Mayor. Es sin duda un ejemplo de cómo una convivencia sana, trabajada, nos regala a las personas una amistad inquebrantable.
Paralelamente recuerdo como hace unos años hubo en el Colegio un cierto enfrentamiento entre dos grupos de colegiales. El problema se fue solucionando con el tiempo, pero dejó heridas y enfrentamientos. En esa ocasión algo quedó claro: que aquellos colegiales carecían de las habilidades necesarias para enfrentar con realismo la búsqueda de una solución para los conflictos que la convivencia provoca tantas veces a lo largo de la vida.
Cuando se les puso en la tesitura de dialogar, no supieron cómo superar el enfrentamiento. Y todos, unos y otros, se sintieron algo mejor cuando pudieron echar la culpa sobre otro colegial, uno que no era ni de un grupo ni de otro. Culpando a un tercero, ellos no tenían que preocuparse de nada. Ni culpas ni responsabilidades. No era necesaria la autocrítica. Ya se sentían todos mejor. Evidentemente, el problema no se resolvió porque había más culpas y más responsabilidades.
Esto es ya historia pasada. Sus protagonistas hace tiempo que dejaron el Mayor. Pero sirve como ejemplo de la necesidad de aprender a resolver los conflictos que origina inevitablemente la convivencia. No hay que tener miedo a los roces que provoca la convivencia, porque ésta es un gran tesoro, fuente inagotable de alegrías, de posibilidades, de enriquecimiento cotidiano. Aprender a dialogar, aprender a ejercer la crítica con uno mismo y con los de su propio grupo, aprender a escuchar las razones del otro o de los otros. Todo son habilidades necesarias para la vida. Sin ellas, los conflictos se pueden convertir no en ocasiones para crecer sino en momentos de dolor, de ruptura. Y pueden terminar dando lugar a rencores y odios que ni nos hacen sentir vivos ni felices.
La vida en el Colegio ya es en sí una escuela de convivencia. Además, se ofrecen posibilidades a los que las quieren aprovechar, para aprender a convivir mejor. Desde la participación en las numerosas actividades que se desarrollan en el Colegio, hasta actividades como las convivencias o el grupo Fe y Vida. Todo para que hagamos de los conflictos oportunidades para enriquecer nuestras relaciones y nuestra misma vida.
A aprovechar el regalo de la convivencia. A convivir sanamente.