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La Felicidad de los Colegiales

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El asunto de la felicidad es peliagudo. Sobre todo cuando hacemos de la felicidad una responsabilidad no nuestra sino de los que nos rodean, que es uno de los aspectos curiosos de nuestro tiempo.
Viene esto a cuento de que el otro día un colegial me decía que la dirección del Colegio Mayor tenía como una de sus misiones más importantes procurar la felicidad de los colegiales. El mal estaba en que, según el colegial, algunas de las decisiones de la Dirección no iban en esa línea sino que terminaban creando malestar en la comunidad colegial.

El asunto de la felicidad es, repito, complicado. No es cuestión de escribir un tratado aquí sobre el tema. Pero sí es claro que no está entre los fines del Colegio Mayor hacer que los colegiales sean felices. Podemos darle vueltas al Proyecto Educativo, rebuscar entre sus sentidos, que no se encontrará esa idea de la felicidad por ninguna parte.

Es más, la educación de la persona, su crecimiento, su maduración, pasa por momentos de dificultad, de dolor en cierto sentido. Preparar un examen no es algo placentero para la mayoría. El trabajo serio, disciplinado y constante que exigen los estudios universitarios no es siempre ni necesariamente un plato de gusto. La autocrítica necesaria que implica el conocimiento de sí mismo, de nuestras propias posibilidades y limitaciones, no es tampoco agradable.

El Colegio, como decían los participantes en el Torneo de Debate celebrado en el Colegio este fin de semana, ofrece a sus residentes unos medios, unos instrumentos en orden a facilitar su crecimiento y maduración como personas, en libertad, en responsabilidad, en capacidad crítica y autocrítica, en compromiso social en favor de la justicia y de los derechos humanos. Todo eso es felicidad a largo plazo –en la medida en que se convierte en proyecto personal– pero no necesariamente supone felicidad a corto plazo. Simplemente el hecho de ser independiente, de crearse la propia opinión sin dejarse llevar por lo que piensa la mayoría supone a veces una cierta soledad y marginación –tanto en la sociedad como en la microsociedad que es el Colegio– que no es para nada agradable.

El problema quizá está en que demasiadas veces se confunde la felicidad con lo placentero. Son dos cosas muy diferentes. El Colegio ofrece unos medios pero han de ser los colegiales los que han de hacer, aquí y fuera de aquí, su trabajo y esfuerzo personal por dar sentido a sus vidas, por conquistar su propia libertad y asumir la responsabilidad que conlleva. No hay otra vía a la felicidad. No es fácil ese camino. Hay momentos difíciles y desagradables. Pero es la gran, casi única, responsabilidad de cada persona. Eso ni la Dirección ni el Colegio lo pueden hacer por el colegial. Porque mi felicidad no depende de lo que los otros, las circunstancias, me hacen, sino de lo que yo hago con las circunstancias.

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