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Respeto y botellón

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Hace unos días he recibido la visita de un vecino de la calle Julián Romea. Forma parte de un grupo que se está levantando en armas contra el ruido que tienen que sufrir los vecinos de esa calle las noches del jueves, viernes y sábado, cuando muchos jóvenes se reúnen allí en los alrededores de la discoteca Cats para hacer botellón. Lo de levantarse en armas es naturalmente una metáfora. Pero se están comenzando a mover a todos los niveles (policía, ayuntamiento, etc.) para conseguir aquello a lo que creen que tienen derecho un poco de paz y tranquilidad en su barrio.

Estuvimos hablando largo rato. Está claro que son jóvenes. Casi con toda seguridad son jóvenes universitarios. Y con una certeza bastante grande se puede decir que son jóvenes provenientes de Colegios Mayores. Casi seguro que hay también colegiales del Jaime del Amo. La queja de los vecinos viene por el ruido, la ordinariez, la chulería... y la imposibilidad de poder dormir hasta las tantas de la mañana por el ruido que provocan esos jóvenes. Eso sin contar la suciedad que se encuentran los vecinos al día siguiente: botellas y vasos tirados por el suelo, bolsas y, para hablar con claridad, más de una vomitona en el mismo portal de su casa. Nada nuevo porque sufrimos lo mismo en el pinar que está al lado del Colegio Mayor (donde cdasi seguro también participan colegiales del Jaime).

Le dije que si pregunto a mis colegiales, lo más probable es que me digan que ellos no van nunca por ahí y, en el caso improbable de que vayan, ellos son siempre educados, no hacen ruido y recogen bolsas, vasos y botellas y lo depositan todo cuidadosamente en una papelera.

La realidad es un poco más compleja. Desgraciadamente, no siempre recogen. Alguna vez se les olvida depositarlo todo cuidadosamente en una papelera cuando se van. Y respecto al ruido, la sensibilidad de los colegiales y jóvenes en general es un poco especial. Aquí en el colegio salvo por las molestias “enormes” que causan los niños que vienen a las clases de inglés, nadie se queja del ruido. Ni cuando la música del vecino de cuarto está a todo volumen ni cuando van por el pasillo hablando con el volumen disparado.

En general, el tema del respeto a los demás está un poco olvidado. A la segunda copa lo importante es que me divierta yo y el vecino lo que tiene que hacer es callarse y no molestar. Muchos se sitúan en la posición del juez y ellos mismos determinan que no están molestando y que el otro no tiene ninguna razón para quejarse.

Hablé con este vecino largo rato. Llegamos a la conclusión de que son costumbres que no nacen en los colegios mayores (ni son todos, claro está, pero sí muchos). Ya vienen de antes. Que los padres no suelen saber de la misa la media. Que algunos estarían horrorizados de saber lo que hacen sus hijos cuando salen. Y otros prefieren mirar para otro lado. Que al final la solución, desgraciadamente, tendrá que ser policial. Porque en Madrid está prohibido beber en las vías públicas. Basta con que se ponga la voluntad y los medios, con que la policía actúe y luego se procesen las multas hasta su cobro. Eso sería suficiente para que muchos aprendiesen que vivir en sociedad implica respetar los derechos de los otros. También los derechos de los vecinos al descanso y a la tranquilidad.

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