Hace pocos días, leyendo el dominical de un periódico, me encontré con esta carta. Leerla invita a la reflexión:
“Ni generación X, ni Y, ni Z, ni nada que se le parezca. Pertenezco a la que ya puede ser oficialmente denominada como la generación perdida. Tengo 32 años, mis padres son profesores. Estudié una licenciatura y regento dos negocios vinculados con ella. Con 18 años me fui de casa a estudiar, como tantos. Con 26 me marché definitivamente de casa de mis padres. Con 27 abrí mi primer negocio. Con 28 me casé. Con 29 tuve mi primera hija. Con 30 abrí mi segundo negocio y tuve mi segunda hija. Me arriesgué. Hoy sufro la crisis, como la mayoría, pero la sufro porque he tenido que bajar precios y me toca trabajar más para ganar lo mismo.
Me arriesgué. Emprendí. Arriesgo y emprendo. Lo hago todos los días y no me queda más remedio. No es lo que nos han enseñado a los de mi generación. Nos dijeron que estudiáramos y tendríamos la vida solucionada, y nos dejamos engañar y ahora lloriqueamos porque ni siquiera nos han llegado a robar el queso porque éste no ha dejado nunca de ser una ilusión, una falsa promesa. El mensaje era erróneo, en lugar de decirnos que estudiar era un fin en sí mismo, deberían habernos dicho que era una herramienta, que demostráramos nuestra valía y que si para ello necesitábamos un trozo de papel que lo acreditara, un título, que lo obtuviéramos, y que si decidíamos cultivarnos estudiando alguna titulación con difícil salida laboral, que lo hiciéramos, pero sin culpar a nadie de que la sociedad no demande profesionales con determinadas titulaciones.
Ya lo sabíamos pero nos dejamos engañar. Era más cómodo. Nos permitía alargar la adultescencia y hacer botellones con casi 30 años. Y ahora, a llorar. El que quiera peces que se moje el culo”.
El autor de la carta, a pesar de su abrupto final, no deja de tener razón. El castellano más clásico lo decía con otras palabras: “el que algo quiere, algo le cuesta”. Quizá los jóvenes están demasiado acostumbrados a que se lo den todo hecho. Y algunos, no todos, se han olvidado del esfuerzo, del trabajo, de la disciplina... Tienen mucha conciencia de sus derechos pero relativamente poca de sus deberes. O quizá no. Sería bueno dialogar sobre el tema.