COV-SARS II
Somos 5 en casa y los 5 enfermamos, pasan los días y los síntomas no son tantos, parece que mi padre tiene algún problema para respirar, pero nada que deba preocuparnos demasiado. Fueron también 5 los días que tardó en comenzar a cambiar todo, pues desperté aquella mañana cuando escuché a mi padre salir de casa, me despedí en la distancia (el aislamiento es fundamental, ninguno de los 5 podemos tocarnos), abajo esperaba la ambulancia. En unas horas llegan las primeras noticias, no hay neumonía, Papá vuelve a casa. Pero pasan dos días y la historia se repite, me levanto al escuchar la puerta, la ambulancia se lo lleva de nuevo, esta vez no he podido despedirme. Ahora sí, ahora sí recibo el golpe con fuerza, neumonía bilateral grave, ingresa en cuidados intensivos. La situación empeora en los siguientes días. Y aquí empieza lo que yo quiero dejar plasmado, un cúmulo de sentimientos que no deseo a nadie pero que es mucho lo que me han enseñado.
Miedo, Impotencia y Fe.
Tuve Miedo. Un nuevo enemigo aparece frente a ti, pensamientos cargados de negatividad que te recuerdan que todo puede salir mal, que esta vez puede no haber solución, quizás ya es tarde, quizás nada salga como esperamos. Miedo es despertar en medio de la noche por una pesadilla y descubrir que es peor la realidad. Miedo es mirar el móvil al abrir los ojos mientras suplicas que no te hayan llamado para contarte que todo ha empeorado. Miedo es saber que solo hay dos opciones, salir o no salir adelante, y que nadie decide, nadie puede decirte que el final de esta historia sea el deseado.
Sentí impotencia. Impotencia es saber que a una de las personas más importantes de tu vida le fallan los pulmones y que ni con tu mayor soplo de aire puedes activarlos. Impotencia es saber que no hay nada en tus manos, que si te tumbas en tu cama y lloras consigues lo mismo que si te levantas y tratas de hacer algo. Impotencia es ver a tu madre llorar desconsolada y no poder darle un abrazo (seguimos infectados). Impotencia es salir de tu cuarto y mirar a tus hermanas con la mejor de tus sonrisas para aparentar que no estás preocupado, decir que todo va a ir bien y que estás seguro de ello, que lo peor ha debido pasar y que pronto estaremos juntos celebrándolo, pero llorar en cuanto cierras la puerta, llorar sin hacer ruido para que ellas no escuchen, llorar porque no crees tus palabras, es impotencia, nada está en tus manos.
Pero por suerte, tuve Fe. Fe es para algunos esperanza, para otros, privilegiados entre los que yo me hallo, es mucho más que eso. Fe es secarte las lágrimas y decidir que sí, que sí puedes hacer algo y que no merece la pena estar de brazos cruzados. Fe es hablarles a tus amigos para contarles lo mal que lo estás pasando y sonreír con sus mensajes de ánimo, cada uno de ellos es un regalo. Pero Fe es, sobre todo, emocionarte cada vez que alguien te dice que está rezando por él, que su familia también reza, que todos te están ayudando. Fe es no saber qué va a ocurrir, pero tener al mismo tiempo la certeza de que Dios está a tu lado. Fe es aquello que genera Fe, una ecuación que crece exponencialmente y cuyo efecto es cada vez más potente, más puro, más cercano. Fe es coger el Miedo y la Impotencia y arrugarlos con una mano mientras con la otra agarras una estampa, una cruz, un rosario. Fe es escuchar a el Papa Francisco dar una bendición dirigida a toda la humanidad y sentir que es a ti a quien te está hablando, que navegas en una barcaza por un mar fuertemente agitado pero que Jesús va a tu lado y que en cualquier momento puede calmarlo. Fe es recibir una buena noticia y sin pensarlo suspirar y dar gracias a Dios, porque sabes que Él es quien te la está mandando. Fe es cerrar los ojos y hablar con Él para pedir por él, hablar con tu Padre para pedir por tu padre.
Y entonces aprendes. Aprendes que los problemas que tenías no son tales, que cuando algo sale mal lo que has de hacer es solucionarlo, que siempre, siempre, siempre puedes hacer algo, aunque sea simplemente elegir cuál va a ser tu actitud ante el desafío que se te ha planteado. Aprendes que la vida no siempre es como la soñamos, pero que incluso en los momentos más duros hay instantes que jamás querrás olvidarlos, te quedas con esa sonrisa que brota entre el llanto, te quedas con todo aquello que te hizo ver luz cuando todo estaba apagado.
Doy gracias porque es en los momentos más duros cuando mejor percibes la bondad de los que te rodean, gracias al personal sanitario, gracias a todo el que ha mandado un mensaje de aliento, gracias al que ha pensado en mí, muchas gracias al que ha rezado. Gracias a Dios, pues mi padre ha vuelto a casa, tenía que hacerlo, le estábamos esperando.
Antonio Fuentes Máiquez
Antonio Fuentes Máiquez es colegial de 3er año de nuestro Mayor, delegado de Religiosas y miembro del Consejo Colegail