En general, los colegiales del Jaime del Amo no andan mal de auto-estima. Eso, para empezar, es bueno. Están comenzando la vida y no es nada positivo que la gente empiece esta etapa tan crucial con la mirada clavada en el suelo, a la altura de la punta de los zapatos. Los jóvenes deben ser optimistas por definición. Y ser capaces de levantar la vista al horizonte y más allá. Es un tiempo para soñar y soñar con cosas grandes. Ya vendrá el tiempo y el viento y barrerá con fuerza algunos de esos sueños. Ya vendrán los muros de la realidad que imponen sus límites.
Por eso, da gusto escuchar a algunos colegiales hablar de sus proyectos, de sus sueños. Son capaces de saltar sobre los límites del Colegio y entrar en otra dimensión. Como aquellos que empezaron a soñar con montar una empresa de exportación de un producto español típico. Su destino estaba en un país en desarrollo. Los correos electrónicos iban y venían. Tuvieron que echar cuentas. Transporte, financiación, facturas, impuestos, todos eran problemas que se amontonaban sobre sus meses. Al final, el proyecto no salió adelante pero aquellos colegiales ganaron una experiencia preciosa que, sin duda, les servirá para futuros proyectos. Pero lo más importante es que se dejaron llevar por su intuición, que supieron arriesgar, que tuvieron coraje para salir de la vida del estudiante universitario que se centra apenas en ir a clase, estudiar –no mucho– y divertirse.
Da un poco de pena cuando la auto-estima se queda sólo en una defensa cerrada de lo que hacen, de la vida que llevan, centrada apenas en los amigotes del Colegio, en un poco de deporte –en muchos casos más visto que hecho– y en la idea de pasárselo bien el fin de semana siguiente. Da un poco de pena cuando la auto-estima se reduce a la justificación de unos resultados académicos a veces injustificables, más consecuencia de la pereza que del trabajo constante y disciplinado.
En el Jaime del Amo queremos colegiales que sean capaces de arriesgar en la vida, de dar pasos para tratar de hacer realidad sus sueños, que necesariamente deben de ir mucho más allá de si la calefacción funciona bien o si la comida no me gusta. En este paso de ir de niños a adultos, el Colegio Mayor tiene que ser más un trampolín que un refugio. La vida espera ahí afuera, llena de desafíos y retos.
Da un poco de pena ver que los que hicieron el esfuerzo de salir de su pueblo o ciudad de provincias para venir a estudiar a Madrid se terminen quedando encerrados entre las cuatro paredes del Colegio, la facultad y el camino a la discoteca de los fines de semana. El mundo, la vida, está ahí fuera esperando. Y algunos trenes no pasan más que una vez.